Todos los que practicamos deportes de resistencia somos conscientes de poder de la mente y del importante papel que juega en cualquier carrera en la que participemos.
Por muy entrenados que estemos, durante una carrera de larga distancia sea del tipo que sea (bici, triatlón, trail, etc.) siempre hay momentos duros y difíciles que si sabes gestionar, acaban pasando. Estos momentos son en los que la mente juega un papel fundamental y es, a mi juicio, la que hace que puedas continuar y acabar la carrera o por el contrario, que te retires. Son momentos críticos que con la práctica acabas más o menos dominando.
En esos momentos es fundamental distraer a tu mente. No puedes pensar ni en lo que te queda ni en lo cansado que vas, porque si no estás perdido. Para eso es muy útil dividirse la carrera en pequeños tramos o etapas y sólo pensar en el tramo que te ocupa en ese momento. También es muy útil ir premiándote cada 15 o 20 minutos con un trago de agua y algo de comida (una gominola, un trozo de barrita, etc.,). Esto hace que tu mente se distraiga y que no vaya pensando el lo que te queda, en el calor que hace, en que te duele algo, etc. A mí al menos me funciona.
La primera vez que fuí realmente consciente del poder de la mente y de que realmente nuestros límites nos los ponemos nosotros mismos en nuestra cabeza, fué hace 3 años en una marcha cicloturista de 200 km y 5000 m de desnivel + acumulado, la Sierra Nevada Límite Road 2009. Cuando hice esta marcha era prácticamente la primera vez que me subía a una bicicleta de carretera por lo que estaba muy, muy verde.De hecho, aún lo estoy.
La marcha partía desde Pradollano, en Sierra Nevada, y acababa de nuevo allí después de recorrer media provincia de Granada sin parar de subir y bajar puertos. Yo desde luego no me planteaba terminarla. Mi intención era salir a hacer kms y ver hasta donde llegaba. Después de 7 horas sobre la bicicleta llegué al avituallamiento de Güejar Sierra, km 180 aprox. Subiendo a este pueblo creía que me moría. Las piernas las llevaba destrozadas y mentalmente estaba abatido. No veía el momento de llegar al avituallamiento para bajarme de la bicicleta. Estaba más que satisfecho por haber llegado hasta allí y ni me planteaba, ni podía ni si quiera imaginar ni un momento con seguir hasta la meta. Además los 20 o 25 km que quedaban era mortales, teniendo que subir más de 1000 metros de desnivel hasta Sierra Nevada por el hotel del Duque y la carretera antigua, con rampas de hasta el 20%. Una cosa de locos después de lo que llevábamos en las piernas.
Cuando llegué al avituallamiento me despedí de mi acompañante que sí continuó, comí, bebí, me reí, me relajé. Pasado un cuarto de hora mi hermano (que había ido en coche hasta allí) me dice que por qué no sigo, que si he llegado hasta allí que siga un poco más. Me dice que el va detrás en el coche y que me puedo subir cuando quiera, que haga 1 km o dos y nada más. El caso es que le hago caso y me monto en la bici, con idea de hacer un km o dos de subida, pero sin pasarme por la cabeza en ningún momento hacer toda la subida. Y así, sin pensar, engañando a mi mente, diciéndole que sólo 1 km y me paro, llegué hasta arriba. No me lo podía creer y estoy seguro al 100×100 de que jamás habría llegado hasta arriba si me lo hubiera planteado. Subí porque realmente pensaba que sólo era un kilómetro.
Situaciones parecidas he tenido después muchas, en casi cada carrera. Hace poco en la MIM de Castellón iba por el km 35 aprox. totalmente hundido. Ni siquiera podía pensar en retirarme porque para eso tenía que llegar hasta el avituallamiento, y eso era un mundo en ese momento. Me concentré sólo en dar un paso detrás de otro, sin pensar en distancias, y así llegué hasta el avituallamiento (km 43). Una vez allí, todo cambia. Bebes, comes, te refrescas y revives. La mente se olvida y te recuperas, pudiendo correr 20 km más disfrutando y terminar así la carrera.
Y la más reciente, hoy mismo entrenando con la bici.
Al empezar a subir un puertecillo de 7 km me he propuesto subirlo con el piñón más pequeño que pudiera, a ver con cual podía. Hace dos semanas, la última vez que lo hice, tuve que meterlos todos en la zona más empinada. Me he puesto de pie y empezado a subir sintiéndome fuerte y cómodo aunque aún tenía 3 o 4 piñones de margen. Cuando me sentaba me atrancaba un poco, así que he subido todo el rato de pie. En la zona más dura he tenido que meter el penúltimo, pero he llegado bien.
Mi sorpresa (y lo que me ha hecho escribir todo este rollo) ha sido que al llegar arriba me he dado cuenta de que llevaba metido el plato grande, un 52. Pero al ir convencido de que llevaba el plato pequeño he subido sin más problema. Si hubiera intentado subir a posta desde abajo con el plato grande estoy seguro de que no habría podido, porque mi mente me iría diciendo, «con el plato grande no puedes subir, no eres Contador, mete el pequeño». Me ha dado tal subidón que he bajado y lo he vuelto a subir, pero esta vez con el plato grande a posta desde el principio. El poder de la mente es increíble.