Nuestro amigo Julius W. Carrough nos manda este ensayo sobre las motivaciones e implicaciones psicológicas que tiene correr descalzo.
Muchas gracias por estas interesantísimas reflexiones. Si todo el que se refiere a esto como una moda pasajera fomentada por las marcas de calzado para vender un tipo más de zapatillas las leyera, se daría cuenta inmediatamente de lo equivocado que está.
CURRICULUM VITAE, por Julius W. Carrough
Decía Atticus Finch –el más célebre abogado de ficción, con perdón de Saul Goodman- que:
“nunca conoces realmente a una persona hasta que no has llevado sus zapatos y has caminados con ellos”.
Pero ¿Qué sucede cuando la persona en cuestión no lleva zapatos? ¿Cómo podemos, en tal caso, llegar a conocerle?
Lo que sucede con la afirmación del reputado abogado sureño -de la novela de Harper Lee- es que confunde al sujeto con sus pertenencias. Se trata de algo corriente a lo que nos tiene acostumbrados (o mejor sería decir, algo a lo que nos quiere tener acostumbrados) tanto la publicidad como el marketing: “… no es lo que tengo, es lo que soy”, reza el slogan de la marca de relojes.
Pero Atticus no elige la prenda por capricho. No habla de la camisa ni del sombrero. Habla de los zapatos: Habla de calzarse los del otro y caminar con ellos como una forma de leer en el alma ajena. Como si el alma estuviera atrapada en el calzado de toda persona como el genio en el interior de la lámpara. La enorme importancia que para el ser humano tiene el desplazamiento (para obtener el alimento, buscar el hogar, protegerse y escapar de los enemigos y hasta para encontrar pareja) se encuentra a salvo de cualquier atisbo de duda. Este –el ser humano-, en su propósito de ejecutar aquellas tareas (obtener alimento, escapar del enemigo, etc.) de una manera más eficiente, desarrolla el calzado que protege sus delicados pies de las rocas, de las aristas y los cantos, que le protege –en resumidas cuentas- del camino.
Ahora bien, si los hombres concebimos hace miles de años una prenda para proteger nuestros pies –nuestro medio de locomoción estrella- y logramos desempeñar aquellas tareas con mayor eficacia y efectividad desde que las piedras del camino dejaron de ser un motivo de preocupación para nosotros: ¿Porqué todavía hay quienes deciden caminar descalzos? Correr descalzos… Vivir descalzos.
Nos gustaría retomar la cita que abre este texto para poder explicarnos. Solo que al emplearla incurrimos, como advertíamos, en equívoco. Algo que no deja de ser sintomático. El lenguaje, tal y como lo empleamos -hoy- ha vuelto a engañarnos: “nunca conoces realmente a una persona hasta que no has llevado sus zapatos y has caminados con ellos”, decía Atticus. ¿Cómo podríamos –en nuestro afán de explorar las motivaciones del descalcista- calzarnos sus botas y recorrer su camino? ¿Cómo si no descalzándonos nosotros?
Sin pretenderlo, a base de jugar con la cita, alcanzamos nuevas conclusiones: Descalzarnos nos equipara a todos y, al mismo tiempo, nos singulariza.
Nos equipara porque todos, sin excepción, tenemos en nuestra mano la posibilidad de descalzarnos en cualquier momento y continuar en el camino pisando con los pies desnudos.
Nos singulariza porque no hay dos pisadas iguales. Ni dos formas idénticas de interpretar la ruta.
De modo que en nuestro intento de empatizar con el descalzo, nos hemos dado de bruces con nosotros mismos: El descalcismo constituye un diálogo puro -sin intermediarios- entre el sujeto y el camino. Los motivos del corredor descalzo son tan particulares como indelegables. Sus sensaciones son solo suyas.
La elección sin embargo –la de adentrarse en la senda desprovisto de calzado- es particularmente reveladora. Se trata de quien elige atender a lo que tiene por delante; concentrado en cada paso porque, de cómo se dé, dependerá en buena medida la posibilidad de dar siguiente. Le está vedado, pues, desentenderse.
¿Acaso – parece preguntarse- importa tanto el destino al que me dirijo como para desdeñar, anestesiando los sentidos, el aquí y el ahora?
El corredor descalzo elige el camino y no la meta.
Elige el “ahora” y obvia todo los demás.
Elige confrontación no evasión.
CORRER: EVASIÓN O CONFRONTACIÓN
En esto del correr existe un tópico insalvable: Más tarde o más temprano alguien vendrá y te dirá que es cosa de cobardes. En cierta ocasión se me ocurrió contrarrestar tan insana afirmación con el siguiente argumento:
– Depende de cual sea la dirección.
– ¿Cómo?
– Sí. Que depende de hacia donde te dirijas corriendo. Si lo que haces es huir de algo. Bueno… Puede que seas un cobarde o, vaya, quizá se trate de la opción más inteligente. Pero, por el contrario, si corres en dirección a tu oponente… Si te diriges al campo de batalla… Pues eso. Que puede que en ese caso seas muy valiente… O muy estúpido.
De entre las múltiples razones por las que la gente elige correr –siendo, probablemente, la de tratar de perder peso la más popular de todas-, una de las recurrentes es la de hacerlo para evadirse. Correr como modo de desahogarse, como válvula de escape para urbanitas. Fue precisamente así como me topé con el “running” hace unos cuantos años… Ahora pienso que no puede existir motivación que se oponga más radicalmente a la que actualmente me mueve y me lleva a correr descalzo… Estaba atravesando un mal momento. Librando batalla en varios frentes y correr era el único modo de escapar. Solo en movimiento me sentía a salvo. Intocable. Impermeable a las críticas, a los errores, al stress. Invisible. Inaccesible. Completamente convencido de que existen distancias que tus miedos no tienen la más mínima intención de recorrer. De que hay ritmos a los que las preocupaciones no están dispuestas a seguirte. Desniveles que absuelven los pecados capitales y que hasta resucitan a los muertos. ¡Qué iluso! Como advierte Murakami al introducir su novela “Kafka en la Orilla”:
A veces, el destino se parece a una pequeña tempestad de arena que cambia de dirección sin cesar. Tú cambias de rumbo intentando evitarla. Y entonces la tormenta también cambia de dirección, siguiéndote a ti. Tú vuelves a cambiar de rumbo. Y la tormenta vuelve a cambiar de dirección, como antes. Y esto se repite una y otra vez. Como una danza macabra con la Muerte antes del amanecer. Y la razón es que la tormenta no es algo que venga de lejos y que no guarde relación contigo. Esta tormenta, en definitiva, eres tú. Es algo que se encuentra en tu interior. Lo único que puedes hacer es resignarte, meterte en ella de cabeza, taparte con fuerza los ojos y las orejas para que no se te llenen de arena e ir atravesándola paso a paso. Y en su interior no hay sol, ni luna, ni dirección, a veces ni siquiera existe el tiempo. Allí sólo hay una arena blanca y fina, como polvo de huesos, danzando en lo alto del cielo. Imagínate una tormenta como ésta.
Y cuando la tormenta de arena haya pasado, tú no comprenderás cómo has logrado cruzarla con vida. ¡No! Ni siquiera estarás seguro de que la tormenta haya cesado de verdad. Pero una cosa sí quedará clara. Y es que la persona que surja de la tormenta no será la misma persona que penetró en ella.
Huir, evadirse. No era la solución: Porque esa “tormenta, en definitiva, eres tú”. Como en el fragmento de Murakami –autor fetiche de la comunidad corredora con motivo de ese volumen excepcional que es “De que hablo cuando hablo de correr”- , la persona que surgiría de la tormenta había dejado de ser la que, en su día, penetró en ella.
Lo cierto es que, no estoy muy seguro de cómo opera la fórmula de retroalimentación a la que estoy a punto de referirme. Ni está muy claro si –haciendo uso del tópico- va primero –en toda esta historia- el huevo o la gallina. Pero lo que sí se hizo patente, tanto entonces como ahora, es que así como mi postura ante la vida afectaba grandemente a mi forma de correr, mi forma de correr repercutía en mi postura ante la vida.
Comprendí que el dolor, la pérdida, el cambio… forman parte de la experiencia vital del mismo modo que las piedras son parte del camino al correr. Acepté que se trataba de la naturaleza de la propia ruta y que, por mucho que resguardara mis pies, las piedras seguirían estando allí. Y decidí que había llegado el momento de “atreverme” en el sentido que refería el propio Kant en su ensayo ¿Qué es la ilustración?:
Dimidium facti, qui coepit, habet: sapere aude, incipe.
(Quien ha comenzado, ya ha hecho la mitad: atrévete a saber, empieza).
Curiosamente esta misma postura posee su propia mecánica y reconocimiento en el mundo de la psicología deportiva que “denomina estrategias de asociación a las técnicas utilizadas por los corredores de largas distancias para concentrarse durante una carrera de fondo en las sensaciones físicas y en el ritmo competitivo” y a no tratar de evadirse y “disociar”.
Correr descalzo me condujo progresivamente a conocerme mejor “en carrera” y me ha ayudado a detectar e interpretar de manera más precisa las señales que a cada paso me transmiten las distintas partes de mi anatomía. Empezando por las que provienen de mis pies, obviamente, pero abarcando, al fin, las provenientes de todo el cuerpo. Mucho se ha hablado de los beneficios propioceptivos del minimalismo y del descalcismo. Estamos completamente de acuerdo en lo tocante a dichas postulaciones. Pero el alcance de tales beneficios repercute, no solo en el ámbito fisiológico, sino también en el psicológico. Así, la “asociación” como estrategia para afrontar la carrera es mucho más sencilla en el corredor descalzo de lo que lo es para el que lleva deportivas. En el libro “¿Por qué corremos?” (cuyos autores son los argentinos Martín de Ambrosio y Alfredo Ves Losada), del que extraíamos el fragmento definitorio anterior, se dice también:
Los maratonistas de élite apelan casi exclusivamente a este tipo de estrategias –refiriéndose a las asociativas- durante la competición: no hay espacio para ningún tipo de distracción. El cuerpo, las obligaciones biológicas mandan.
¿Es posible que correr descalzos, por el modo en que es capaz de magnificar las sensaciones en carrera y la tremenda importancia que confiere a la atención en su desarrollo, nos convierta –inmediatamente- en mejores atletas en lo que al enfoque psicológico se refiere? ¿Puede una mejora en el enfoque deportivo traducirse en un cambio en nuestro modo de ver y afrontar la vida? Y al contrario… ¿Puede la variación de nuestras fórmulas vitales repercutir en nuestra faceta deportiva?
Que apropiado: El término latino “Curriculum Vitae” significa “ la carrera de la vida”. Como si alguien, ya hace mucho tiempo, se hubiera dado cuenta de que es imposible separar en una misma persona el enfoque ante la vida y su filosofía corredora.
Me pregunto entonces si –a fin de sacar el máximo partido a las bondades de la psicología asociativa, tan beneficiosa para el rendimiento de los atletas de élite-, no sería mejor que, en “la carrera de la vida” , todos corriéramos descalzos.