Antonio Ríos es traumatólogo, reside en El Ejido (Almería) y ha sido hasta hace unos días el responsable médico de la Unión Deportiva Almería, durante la estancia del equipo en la primera división del fútbol español.
Además de ser un gran deportista, finisher en los maratones más importantes del mundo como Boston, New York, Tokyo, Londres o París, también ha escrito un libro que ha servido y sirve de referencia a muchos para animarse a enfrentarse al reto del maratón titulado Del Sillón al maratón . Su nombre lo dice todo.
Como es una persona inquieta, ahora ha decidido ir un poco más allá y dar el salto al triatlón. Después competir en algunos más asequibles, se ha lanzado a por el considerado más duro del mundo en su distancia, el triatlón largo de Sierra Nevada. Un distancia medio Ironman que asusta por el desnivel que hay que superar en el sector de bici y en la carrera a pie, corriendo por mitad de las pistas de esquí de Sierra Nevada.
Os dejo con su crónica de este día, el pasado sábado 17 de julio.
Muchas gracias Antonio por la historia y enhorabuena por el reto cumplido.
SIERRA NEVADA 2015: EL TRIATLON MÁS DURO DEL MUNDO.
La verdad es que no sé qué hago aquí. Ese es el pensamiento que martilleaba en mi cabeza mientras escuchaba la charla de la organización, la tarde antes de la carrera. Cuerpos Danone a diestro y siniestro, miradas desafiantes, camisetas de finisher de todo tipo de triatlones y pruebas a cuál más exigente, exhibidas a modo de pedigrí, como diciendo, mira quién soy yo y donde he estado. Se habían apuntado 150 personas al triatlón de media distancia y sobre 400 al olímpico. Ante un número tan reducido, estaba casi seguro que, de acabar, sería el último o de los últimos. Poco me importaba.
Esta prueba la habíamos elegidos mis colegas de triatlón y yo a modo de examen para poner a prueba nuestra preparación. Pedro Vera y Raúl Molné competirían en mi misma distancia y Emilio Baeza y David Gómez en la modalidad olímpica.
Nos despertamos el día de la carrera con el canto del gallo a eso de las 6:00. Reconozco que no había dormido casi nada. Me preocupaba lo extremadamente duro que es el segmento de bicicleta y la carrera a pie a tanta altitud, todo ellos aderezado por un calor insoportable. La hidratación iba a ser clave para minimizar la dureza de la prueba.
Una vez tragados los cereales, nunca mejor dicho, sin la más mínima gana, nos disponemos a salir hacia el pantano de Canales donde se disputaría la prueba de natación. Me da tranquilidad nadar en un pantano, por lo menos no hay olas ni medusas aunque hay rocas como la que casi me rompe el tobillo al entrar en el agua.
Las boyas en todas las pruebas me parece que están muy lejos y pienso –madre mía, llegar hasta allí-. Una vez la Guardia Civil da luz verde, se lanza la salida. Las primeras brazadas son las más difíciles sobre todo para alguien como yo, que no soy un gran nadador aunque le he dedicado mucho tiempo todo el invierno y la mejora se nota. Los choques y las patadas se suceden hasta que uno encuentra su ritmo y unos “pies” fiables a los que seguir. No voy a tope, intento recordar la velocidad de crucero que he llevado durante los cientos de largos que he nadado en la piscina. Rodeo la primera boya y encaro la segunda, no sin antes darle un manotazo en la nuca, a modo de colleja pero sin querer, a un nadador que se había parado el pobre a visualizar su trayectoria. A mi derecha tengo otro triatleta con el que choco todo el rato. Al ser zurdo, tengo más potencia de brazada izquierda y tiendo a irme a la derecha por lo que se produce el contacto, una y otra vez. Cuando salgo del agua me doy cuenta que el nadador con el que he chocado es ¡¡¡¡mi amigo Pedro!!!. Ambos nos reímos y corremos a por la bici.
La bicicleta comienza con un puerto de categoría especial, conocido como EL DUQUE. No es excesivamente largo pero algunas rampas superan el 20%. Ya lo hice hace un par de años y dosifico al máximo para cuando llegue “el crujir de dientes”. Opto por llevar cadencia, molinillo, para no ir muy forzado y que el cansancio muscular sea menor. Corono y a por el descenso hacia Granada. Todo el camino lo hago solo. He adelantado a algún compañero que su ritmo era algo inferior. La organización y señalización es perfecta. La Guardia Civil para el tráfico en las rotondas para que pase yo (inaudito) y la gente en los coches mira con una mezcla de sorpresa y cabreo. La subida por Monachil es muy dura al igual que el puerto del Purche. Lo único que se oye es mi respiración y el canto de las cigarras. No hay una sobra y las rampas culebrean una tras otra, sin descanso.
Bebo todo lo que puedo y tomo las ampollas Totum de agua hipertónica para reponer todos los electrolitos derramados por el asfalto. Las únicas personas con las que hablo son las de los avituallamientos. Qué gran trabajo. Repongo bidones y picoteo plátanos, pan de higo….necesito gasolina. Subiendo con el cansancio en las piernas y en la mente, pienso por primera vez en abandonar cuando llegue arriba. No podré con esos 20 km. Ya veremos…….en ese momento, como si tuviera telepatía, un Guardia Civil en moto se coloca a mi altura y me pregunta-¿Va usted a abandonar?- le digo que NO, que sigo. Subimos juntos al menos 2 km, él en primera y yo dándolo todo. Me vuelve a preguntar si voy a abandonar. Le miro y le pregunto si es que voy el último; me dice que no, que hay gente detrás. Miro hacia el suelo y le respondo que SIGO.
Me acerco a la transición y dejo la bici. Ahí está Rosa, la mujer de mi compañero Raúl. Me nota el cansancio.-¿qué vas a hacer?- me dice. -Me voy a casa Rosa. Estoy realmente cansado-. Aún no sé cómo describir lo que pasó. De forma casi involuntaria, lo prometo, cojo uno de los geles y me lo tomo. Agarro mi gorra, esa que me ha acompañado en otras pruebas duras antes como la maratón de Boston, la miro y me la pongo. –ESA GORRA TE DA FUERZA- me dice Rosa. Me pongo las zapatillas, y comienzo a correr con los ojos vidriosos y soltando alguna lágrima pero no sin antes darnos un palmada de ánimo, de fuerza, de tesón, ella y yo. GRACIAS ROSA.
Comienzo caminando y alimentándome. Los primeros 5 km son realmente duros. Camino y corro, más bien lo primero. Visualizo el Observatorio, arriba, casi rasgando las nubes. Tengo margen de tiempo de sobra para acabar. El espectáculo de la naturaleza en estado puro. Qué paisaje, qué silencio. Las rampas son realmente exigentes, no en vano se corona a casi 3000 m de altitud . Coincido con otros triatletas que han iniciado el descenso y chocamos las palmas-¡¡¡¡vamossss que lo tienes!!!! ¡¡Te queda un kilómetro de subida y está hecho!!!! No queda otra que apretar los dientes.
Una vez arriba, el juez me dice-¿has visto ya tus límites?- y le respondo que voy rozando la línea roja hace rato, pero hoy no va a ser el día que la cruce. Desciendo por un zig-zag criminal pero con la ansiedad del que sabe que va a terminar la prueba. Enfilo la recta de meta y oigo- ¡¡es Antonio!!! todos mis amigos me esperan al cruzar la meta aplaudiendo y aliviados de verme cruzar la meta entero. Me fundo en un abrazo con ellos, entre lágrimas, un abrazo de gratitud, de alivio, de satisfacción. TIEMPO TOTAL: 9 HORAS, 18 MINUTOS, 40 SEGUNDOS.
Este triatlón nos ha hecho más fuertes, sobre todo mentalmente. El deporte de sacrificio. Qué dureza y qué agonía, pero qué satisfacción.
Otros retos esperan.
Antonio Ríos.