Maratón de Sevilla 2013, por Enrique Alonso Martos.

Correr un maratón. Uf, me canso otra vez con tan solo pensarlo. Es una prueba en la que la cabeza tiene que ser más fuerte que las piernas para que estas no desistan de lograr el objetivo. Mi crónica del maratón comienza la última semana de julio de 2012. A la orilla del Mar Mediterráneo, me ilusioné con la idea de completar el maratón. ¿En qué tiempo?, En el que fuera… Bastante estrés tengo ya en mi vida diaria. Fue una ilusión, ni siquiera un reto. Eso llegaría después.

Durante los meses posteriores, corrí como siempre. Por hobbie, por despejar la cabeza, por mantener bien mis niveles de azúcar, sin ninguna obligación ni presión por carrera alguna. Me inscribí en la prueba de Zocueca (Bailén) para probarme. Hice peor tiempo que el año anterior. Genial, esto marchaba. Corría sin que me importara el reloj. Comprendí que tenía que elegir bien el calendario de carreras. No debía competir tanto como en el año anterior y fijé mi objetivo. Sevilla, 24 de febrero de 2013. Durante 4 años en la Universidad de Sevilla, admiré a los hombres y a las mujeres que corrían 42 kilómetros sin parar. ¿Podría ser uno de ellos? Lo iba a intentar. Tenía claro que de los negros que llegan primero era imposible (por razones obvias), pero de los blanquitos que sufren hasta el final tal vez sí. Solo corrí el Medio Maratón de Granada, ¡cómo me lo iba a perder! Y una carrera simpática de San Silvestre en Bailén. Aún me acuerdo del pasón que me dio Ñusi en el kilómetro 18 y el de Paqui en el 20. ¡Cómo fueron las Maripuris en esa prueba! En Granada llegué a la meta 7 minutos más tarde que el año anterior. Veía que mi entrenamiento daba resultados. Perdía tiempo, pero ganaba otras cosas. Luego os las contaré…

No me apunté al Maratón de Sevilla hasta la última semana de enero. Me hizo inscribirme un mensaje en el Twitter de la cuenta oficial que avisaba de que quedaban menos de mil plazas… De hecho, intenté hacer el registro por internet y la web fallaba… Vaya susto me di. Al final, lo conseguí. Ya no había marcha atrás. Los meses previos aprendí a desacelerar en las carreras. Bajar ritmos y ganar distancia. Sé que el entrenamiento tenía que haber sido para ganar distancia sin perder ritmo, pero… El trabajo de periodista no tiene horarios y deja poco entrenar.

Desde los 18 años, mi vida depende de la insulina. La gente piensa que las personas que vivimos con diabetes solo sufrimos subidas de azúcar. Es verdad, pero también bajadas. En realidad, mi organismo no es capaz de compensar por sí mismo los niveles de glucosa en sangre, por eso nos sube y nos baja. En una carrera, una hiperglucemia me bloquea. Me hace no tener energía para seguir. Sin insulina, las células no tienen glucosa para alimentarse. El azúcar se queda en la sangre y no pasa al organismo. En cambio, una hipoglucemia me deja KO y resulta más habitual en una carrera. Si llega al extremo, te mareas y te caes. Cuando hacemos ejercicio, tendemos a consumir glucosa. Por ello, muchos lleváis glucosa líquida o geles. Mi tarea era encontrar el equilibrio.

Un ritmo con pulsaciones altas liquidaba pronto las reservas de azúcar. Por eso, todos nos cansamos más. De ahí que mi entrenamiento se basó en hacer muchas cuestas para luego en carrera tener menos pulsaciones y, de vez en cuando, hacer tiradas largas. Nunca pasé de 22 kms. La explicación era sencilla. A partir de ahí, estaba KO. Se me acababan las reservas de azúcar y me venía la hipoglucemia. Necesitaba menos pulsaciones para reducir el consumo de glucosa.

Todas las tiradas largas las hice a la misma hora. Siempre desayunaba lo mismo y me ponía la misma dosis de insulina. Era la misma rutina. Veía que, cada vez, acababa los 22 kms con niveles de glucosa más aceptables. En la última tirada, llegué hasta los 26 kms sin que se me acabara la gasolina, pero había que alcanzar los 42. La única solución era tomar algo con mucho azúcar entre los kilómetros 20 y 30 para que me llevara hasta el 42.

El sábado, 23 de febrero, a la una de la tarde, ya tenía mi dorsal. Era el 2.513. ¿Quién me mandaría ser supersticioso? Sevilla preciosa, como siempre. La humedad de Málaga la llevo peor, pero al clima sevillano estoy acostumbrado. Por la tarde, salimos a pasear y cenamos en un restaurante italiano frente al Puente de Triana. ¡Anda y se nos sienta al lado el cantaor Miguel Poveda! Mi mujer y mi hermana, como siempre, no pudieron resistirse. Se levantaron y se hicieron una foto. Pobre… Hicieron que ya todo el mundo lo descubriera. Antes había pasado inadvertido.

Me dormí pronto, pero no descansé mucho. Una hora y media antes de que sonara el despertador ya tenía los ojos abiertos. La ropa estaba preparada. Tenía dos opciones de vestuario, como los toreros antes de ir a la plaza. Elegí la prevista. Desayuné exactamente lo mismo que en los entrenamientos y nos fuimos para el Estadio Olímpico de La Cartuja. ¡Qué ambientazo cuando llegamos!

Tuve la duda de si salir con un cortavientos que llevaba o dejárselo a mi mujer. De todos modos, me dijo que me vería en el kilómetro 5, por lo que tenía la opción de salir más abrigado y luego dárselo. Finalmente, pensé salir en tirantes. Hacía 5 grados en Sevilla, pero en los cajones de salida pronto se entra en calor. Allí estaba Chema Martínez, Carretero, Abel Antón, Martín Fiz… ¡Qué envidia no poder correr a 3 horas 30 minutos y hacer el maratón con Abel Antón, que fue campeón del mundo en Sevilla! De todos modos, mi guerra era otra. Se trataba de llegar.

¡Cuánta gente! ¡Qué fiestón en la línea de salida! El animador de la megafonía empieza hacer una cuenta atrás… ¡Qué motivación! De repente, cortan la música. Parecen que van a decir algo importante. Nos dan la bienvenida y las gracias por participar. “Y todo maratón que se precie ha de tener esta canción en la salida”, dice… Y nos ponen ACDC. La gente la conoce y empieza a saltar y bailar. Qué pasada. Empieza una cuenta atrás en voz alta y se escucha el pistolezo de salida.

El grupo sale, como siempre, muy deprisa. Durante el primer kilómetro vuelan las sudaderas y las camisetas viejas hacia la acera. Me preocupo, sobre todo, de parar y no dejarme llevar por la corriente. “Cuando hay que apretar es a partir del kilómetro 38 dice un corredor a mi lado”. Los primeros 1.000 metros, en 5:31. Voy demasiado rápido, pero noto que no paran de adelantarme. Entramos en Triana.

Son las nueve de la mañana y ya están las aceras llenas de gente. Llegamos a Los Remedios. Anda, me encuentro a una compi de la Facultad en la acera. Entramos en Plaza de Cuba y atravesamos en puente. ¡Qué bien suena el grupo de música de la Torre del Oro! Leve pendiente hacia por el Paseo Colón y vemos la Maestranza a la derecha. Encaramos Torneo por la orilla del río. El ritmo no me convence: 5:21; 5:31, 5:22, 5:32, 5:27, 4:40 en los primeros kms… ¡Tenía que ir a 5:50! No me noto la respiración forzada. Siento que podía llevar más ritmo, pero me empeño en frenar.

Acabamos Torneo y entramos en otro avituallamiento. Hay que beber en todos. Cogemos rumbo hacia La Macarena. Las calles siguen con mucha gente. Panel que marca el kilómetro 10. Miro el reloj: 53:26. Intento bajar el ritmo. A la derecha, el Hospital de las Cinco Llagas que alberga el Parlamento de Andalucía. Entramos en el Arco de la Macarena. ¡Está abarrotado! Cómo anima Sevilla. La gente se echa encima de los corredores y nos dejan un pasillo estrecho. Eso es dar calor. Veo muchas banderas. Las hay de Francia, Colombia, Venezuela, Portugal y de España… María Auxiliadora y Recadero. Veo a lo lejos el que fue mi piso durante 4 años. Giramos hacia Luis Montoto. Sé que esto será largo. Hay que tener mucha paciencia. Pasamos por Luis Montoto y giramos hacia Kansas City. Sé que es la parte más pesada. Una avenida casi infinita hasta llegar a San Pablo. Allí estará el Medio Maratón. Poco a poco y hacia adelante. Veo a mi lado a gente que lleva la respiración muy agitada. Me viene a la cabeza que deben bajar el ritmo, pero no me atrevo a decírselo. Por Kansas City me empiezan a dar escalofríos. Creo que pudo ser porque hay una alameda de árboles que dan demasiada sombra. Recuerdo cuando me explicaron por qué Sevilla tiene una calle que se llama Kansas City: “Son ciudades hermanas. Allí tienen otra que se llama Sevilla”, me contaron en la Facultad. No me gusta ver avenidas tan largas y rectas. Me desmoraliza mirar corredores tan lejanos. Prefiero clavar la vista en el asfalto. Al fin, en las calles de San Pablo.

Veo el kilómetro 21. Sé que es el Medio Maratón, pero qué desilusión. Esperaba un arco o algo así, pero solo hallo un panel. Un momento, el medio maratón son 100 metros más. Qué fallo. Allí sí que hay un arco y un gentío brutal animando. Pasamos por debajo. Lo hago en 1:54. Pienso que voy 3 minutos por debajo que el Medio Maratón de Granada, pero ya no me planteo desacelerar.
Recuerdo el comentario que me dejó Ñusi en el Facebook: “Los primeros 21 ve despacio. Luego, hasta el 30, si puedes aprietas. Después, sentirás que llegas”.

Sabía que a partir de kilómetro 22 podría tener problemas con el azúcar, pero no aparecen. Comienzo a charlar con un corredor. Veo que va muy forzado y le digo que por qué no baja un poco el ritmo. Dice que va bien y me comenta que lo que le da miedo es desfallecer al final: “¡Cómo a todos!”, le comento. A los pocos minutos, veo que se queda poco a poco. Sumo kilómetros con un ritmo que oscila entre 5:35 y 5.45. Mi previsión de maratón era 5:50 hasta el kilómetro 21 y luego bajar a 6. Voy por encima del plan. A lo lejos veo a otro grupo de los que animan. Son dos raperos, que improvisan rimas. No entiendo por qué los corredores no les aplauden, con las ovaciones que se han llevado los otros músicos. Levanto los brazos y comienzo a aplaudir al son de su música. Entonces, veo que empiezan a decir por los altavoces: “Vamos, Enrique, vamos”. ¡Qué gracia me hizo! Pasamos por el campo del Sevilla y completamos otro avituallamiento.

Mi estrategia requería tomar una bebida con alto contenido calórico antes del km 30 para disipar cualquier riesgo de hipoglucemia. Llego al kilómetro 28 y allí está mi mujer con su madre y mi hermana con una Coca Cola. Paro un poquito. Me la tomo y continúo. Sin ellas, no lo habría conseguido. Llego al kilómetro 30 (2 horas y 47 minutos). Es el Campo del Glorioso. ¡Mucho Betis! Y ahora llega el muro… Qué muro… Voy de lujo y sé que lo que queda es lo más chulo. Encaro la Avenida de la Palmera hacia abajo. Estoy cerca del Parque María Luisa. Veo un grupo con camisetas rojas que me supera. Qué chulas, pienso. Y sigo con la carrera. De repente, me vuelvo a fijar en las camisetas y me da por leer la espalda. “Arapajoes”. ¡Qué sorpresa!

Les doy una voz: “Esos Qualquiera”. Mucho ánimo. Dos de ellos se vuelven y me llaman por mi nombre: “Vamos, Enrique, Vente con nosotros. Acelero y me sumo al grupo”. Abrazos y apretones de manos. Qué máquinas… “Nos vemos en la meta”, les digo. Parque María Luisa, Plaza de España, Prado de San Sebastián y San Fernando. A partir de ahí, una pasada. Un gentío por el centro y sin parar de animar. La gente estrecha la calle y pasamos por en medio. Te animan por tu nombre, que leen en el dorsal. Te dan alas. Puerta de Jerez, Avenida de la Constitución y la Giralda. Plaza Nueva y Tetuán. Se me pasó volando. La gente no paraba de animar. Pasamos por la Alameda y entramos en la Barqueta. Es la última vez que atravesaremos el río. Los voluntarios dan esponjas mientras que cantan y bailan la canción de Bob Esponja. Dejamos Isla Mágica a la izquierda y vamos hacia el Parque del Alamillo. Llego al kilómetro 38 en 3 horas 38 minutos y a partir de ahí, una traca de calambres. Tenía la sensación de que se me subía el gemelo y se me empezaron a hacer una bola en los muslos. Temí un tirón que me dejara KO. Por ello, bajo el ritmo de manera brutal y comienzo a completar los kilómetros en más de 8 minutos. Hago mío el lema de la DGT: “Lo importante es llegar”. Ahí está el estadio olímpico. Paso el arco y encaro el túnel. Se hace la oscuridad y casi el silencio. Aprieto un poco para subir la rampa y llegar a la pista de atletismo y qué me encuentro: Una gran fiesta.

El público llenaba las gradas y no paraba de aplaudir y animar al son de la música. Qué marchón. La vuelta al estadio es el mejor premio. Qué pasada, qué emoción, qué llego, qué llego… Tomaaaa. Otra vez, escalofríos, la piel de gallina y la gente en pie en sus asientos. Veo el panel de kilómetro 42, doy la curva y veo la recta final. Ahora no tengo prisa por llegar. Bajo el ritmo a tope. Veo que me adelanta mucha gente. No quiero terminar. Me quito el pañuelo de la cabeza y no me resisto: Doy dos muletazos de toreo al natural. Podía decir que me salió, pero la verdad es que lo llevaba pensado. Nunca más torearé al viento con tanto público. Un grupo de corredores que venía por detrás dice: Olé. Levanto las manos y paso a meta. Llegué en 4 horas y 15 minutos. Maratoniano, sí. Toma ya.

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