……Y de repente se alejó sin que pudiera alcanzarla. Y entonces los ví, los sentí, y el dolor perdió importancia. La emoción me invadió provocando en mis ojos las lágrimas. Y todo terminó……
12 HORAS ANTES
A las 4 de la madrugada suena el despertador. El primer mensaje que encuentro en mi móvil es de mi amigo Quirós. «Ñusi!!! vamos arriba!» . Le pedí que me diera un toque por miedo a quedarme dormida, y ahí estaba él, como un reloj. Me pongo en marcha. Todo estaba listo la noche anterior, por lo que tardo poco en vestirme y prepararme. Llevo en la bolsa de deporte de todo. Una vez allí, según la climatología vería si algo sobraba o faltaba. No desayuno, imposible a esas horas. Estoy muerta de sueño, pues los nervios y el madrugón me han impedido descansar. Pero contaba con ello.
Antes de salir, le doy un beso a Charlie y a mis niñas y me voy. Mi hermano Ignacio me recoge al lado de casa y nos vamos al lugar de quedada. El viaje en la Q Furgo promete. Los Arapajoes y sus Maripuris viajando hacia la línea de salida de nuestro próximo reto. Ni más ni menos que una Maratón Alpina. Y yo tengo miedo. Mientras charlamos y reímos por el camino, yo recuerdo los días previos a la Maratón de Málaga. Hace apenas un año que la corrimos. Estaba nerviosa, claro que lo estaba. Pero me sentía absolutamente preparada para afrontarla.
Mis sensaciones esta vez eran distintas. Haber perdido bastante forma en los últimos meses me hicieron perder confianza. Salir en cada uno de nuestros entrenamientos y comprobar que siempre quedaba atrás aunque los terminara, me hicieron dudar de mis posibilidades de terminar esta carrera con garantías. Aún así no perdí la esperanza de poder asistir a Jarapalos y de mejorar y entrenar para conseguirlo. Desde el mes de Septiembre me he empleado a fondo y aunque aún no he sido capaz de ponerme al nivel de mi compañera , he avanzado y progresado bastante, o al menos eso intuyo, pues no sufro tanto y empiezo a disfrutar como antes.
7.30 AM
Aterrizamos en Alhaurín media hora antes de la carrera. Nos perdimos en el camino. Llegamos justo a escasos minutos de poder recoger el dorsal. Con la furgoneta casi en marcha mi hermano y Curri salen corriendo a por ellos. El resto buscamos aparcamiento.
Los dorsales llegan, los preparativos, la última visita al «baño», el vendaje de las uñas, la colocación del chip, coger todo lo necesario para la carrera….En fin, hacer todo esto con tan poco tiempo me pone de los nervios. Tiemblo de frío también. Listos y corriendo nos vamos al control de dorsal. Por poquitas. Ya estamos en la línea de salida.
8.00 AM-MI CARRERA
Eran las 8 de la mañana, hacía frío y antes de separarnos, me despedí de los Arapajoes y nos deseamos suerte. Curri nos daba a Paqui y a mí sus últimas instrucciones y nosotras tomábamos buena nota de ello. Cuando comenzamos a correr, irremediablemente pensé en lo que me esperaba. No estaba tan eufórica como en otras carreras. Creo que estaba asustada. Realmente no tenía mucha idea de a lo que me enfrentaba, pero fue mucho mejor no haberlo sabido.Me encontré con la dificultad extrema y la dureza de esta prueba una vez sumergida en ella. Ya no había marcha atrás y tenía que ser capaz de hacerla. Comenzamos subiendo si no me falla la memoria unos 10 km de forma ininterrumpida. Al adentrarnos en la montaña después de los primeros metros en asfalto, vi por primera vez unas vistas que me dejaron con la boca abierta.
Fue justo en ese momento cuando pensé que esta prueba sería más dura físicamente que la maratón en asfalto, pero no mentalmente, pues correr en medio de aquellos parajes haría del sufrimiento algo mucho más llevadero. Me equivoqué. Pronto me di cuenta, de que esta prueba sería sin duda, la más dura que había hecho hasta el momento, y que triplicaba a una maratón de asfalto en sufrimiento. Al menos a la de Málaga, en la cual tengo yo mi experiencia. Desde el principio le insistí mucho a Paqui en que avanzara sola. Está muy fuerte, y aunque en las bajadas suelo alcanzarla, en las subidas me deja muy atrás, por lo que pensé que disfrutaría mucho más de la carrera sin mí y haciéndola a su ritmo. Ella insistió en lo contrario. Así que a lo largo de la carrera, nos dejábamos de ver en las subidas, nos encontrábamos en los avituallamientos y hacíamos juntas las bajadas. Por tanto, aunque hice muchos kilómetros sola, saber que me encontraría con ella en cualquier momento, me hacía sentir más arropada en medio de aquellas montañas en las que me volví tan pequeña y vulnerable.
Como podéis ver en el perfil de la carrera hay tres picos que destacan y que son infernales. El primero de ellos ya lo había coronado y me permitió disfrutar de la primera bajada. Alrededor del km 15 Súper Paco nos alcanzó. Había oído hablar de este hombre, incluso lo había visto en fotos. Al principio pensé que no podía adelantarnos.
Tiene setenta y tantos años, y tan sólo por eso, no podía adelantarnos. Poco a poco me fui dando cuenta, que hacer unos kilómetros junto a él y poder seguirlo un rato es un lujo, y que si te alcanza y entra en meta antes que tú, no es nada más que lo normal para alguien tan preparado. Increíble su ritmo. Vestido casi de estar por casa, con dos palos de madera en sus manos y una mochila nada técnica a sus espaldas, avanza y avanza cual muchacho de 20 años. No podía parar de pensar cómo su corazón era capaz de aguantar aquellas subidas. Tan sólo cruzó unas palabras conmigo: «vosotras si que tenéis mérito. Con la pila de coches bonitos que hay para pasearos y aquí estáis….» Y así de repente me pasó y no lo volví a ver hasta la última bajada de la carrera.
DUELE? CLARO QUE DUELE.
Pronto comenzamos a subir de nuevo. Estas subidas a las que nos enfrentábamos, eran paredes que se extendían varios kilómetros. Y eso es lo realmente duro. Con los Arapajoes hemos hecho muchas subidas, algunas de infarto, pero lo malo de éstas es que se alargaban tanto en distancia que para mí se convirtieron en un auténtico calvario.
Muchos de los corredores se apoyaban en sus bastones, yo no los llevaba. Las manos en mis cuadriceps, la mirada al suelo pendiente de mis pies, y mi cabeza luchando contra el dolor y el cansancio. Mirar hacia arriba era un suplicio. No había escapatoria, había que alcanzar el punto más alto de la montaña para poder continuar. Asomarse al cielo. Y yo prefería verlo al llegar. Éramos una hilera de personas, una detrás de otra que subíamos despacio pero sin parar. Por delante mía y por detrás, chicos muy bien equipados, fuertes, de cuerpos atléticos y todos luchando paso a paso.
Me di cuenta entonces que aquello debía ser realmente duro. Que no era mi percepción de Maripuri acobardada. Sin embargo no hubo un sólo momento en que pasara por mi mente abandonar. Ni uno sólo. Si es cierto que me entraron ganas de parar unos segundos, respirar y continuar. Pero pronto me dí cuenta de que si lo hacía, ponerme en marcha me iba a costar la misma vida. Así que continué visualizando el perfil de la carrera en mi mente, y soñando con alcanzar antes del corte el km 27.
Cinco horas nos daban para llegar a ese punto. Y perdíamos mucho tiempo en las subidas. Así que no era tarea fácil. Pero llegué en 4:30h. Y allí estaba Paqui que me informaba de que habíamos llegado antes del corte y que continuábamos. Creo que fue la primera vez en toda la carrera que paramos unos minutos en un avituallamiento. Nos tomamos algo que nos recomendaron los Arapajoes porque llegados a este punto, nos daría la energía necesaria para continuar. Parecido a un gel pero líquido. El único en toda la carrera. El resto lo hicimos alimentándonos con lo que ofrecía la organización, yo sobre todo naranja y agua. Recuerdo tener mucha sed, y no parar de beber, también de mi mochila, de forma continuada.
Además tomaba isostar y barritas energéticas. Quiros estaba siempre en mis pensamientos. « Ñusi, no te olvides de tomar una pastilla de isostar cada media hora y lleva las barritas a mano, y cada vez que te acuerdes dale un bocado, para evitar que te de un bajón inesperado «. Le hice caso y debió funcionar. Tras coger fuerzas y cruzar algunas palabras con uno de nuestros Cualquieras, Juanma Muñoz, me dispuse a afrontar la última pared. Sabía que al llegar al km 32 el trazado comenzaría a picar hacia abajo y que lo peor ya habría pasado. Fue muy duro. Perdí a Paqui durante estos 5 km. Afronté la subida una vez más sola.
Aunque el cansancio ya era tremendo, el estado de ánimo era mucho más bueno. No dejaba de repetirme que ahora ya sí había hecho más de la mitad de la carrera. Y pensaba que si llegaba al 34, lo iba a conseguir. Justo en la cima, dos voluntarios me advierten que el camino ahora era peligroso. No recuerdo con exactitud el terreno.
Muchas piedras, muy difícil decidir donde pisar, y de repente ví el cartel del km 30. Saqué mi móvil de la mochila y le puse un mensaje a Charlie que sólo decía » km 30″. Antes de dejarlo vi que había mensajes en el grupo de whatssapp de los Arapajoes. Muerta por la curiosidad entré para ver si era alguno de mis compañeros de carrera, pero no, eran del gran Juanma dando ánimos y queriendo saber de nosotros. Y le puse lo mismo. «km 30». Y lo guardé. Cuando llegué al km 32, ví a lo lejos el siguiente avituallamiento. Salíamos al asfalto tan sólo unos metros para adentrarnos de nuevo en la montaña y comenzar la bajada.
Mientras subía hacia este avituallamiento observaba con atención a los que por allí merodeaban. Paqui no estaba. Pensé que al llevar tanto tiempo separadas habría decidido por fin continuar sola. Y entonces, una chica de la organización comenzó a gritar: » Me han dicho que a la chica de rosa hay que animarla mucho! Entonces le haremos una ola!» Genial de verdad. Y me confirmó que mi compañera había continuado. Me alegré mucho por ella y me conciencié de hacer el resto de la carrera sin volver a verla. Curiosamente en aquel punto me crecí. Comencé a bajar rápido, sin miedo, y adelanté a muchas personas que ya no me volverían a pasar. Y de repente la ví a lo lejos. Se giró y me dijo, vamos Ñusi!.
Me uní a ella, y ya no nos separamos hasta el final. Bajábamos sin parar y seguíamos adelantando a gente que nos abría paso al escucharnos. La rodilla derecha me dolía bastante y en aquellos momentos empeoró, pero yo no lo quería pensar. Estaba contenta, animada y pude ponerme delante de Paqui y marcar el ritmo durante estos últimos kilómetros. Ella estaba magnífica también, pero corría con cautela por miedo a caer.
En el penúltimo avituallamiento nos confirman que quedan 6,5 km. Qué alegría, y seguíamos bajando, viendo el mar de fondo y sintiendo ya la llegada cerca. Pero sin que lo esperáramos llegó una nueva subida, insignificante al lado de lo que ya habíamos hecho, pero es que no queríamos subir más, no quedaban apenas fuerzas. Y se nos hizo interminable. A la izquierda quedaba señalizado el camino cuando debíamos comenzar de nuevo a bajar. 2,5 km marcaba una señal. Qué duro es ver en esos momentos algo que te hace tan feliz y que después se convierte en al menos 4 kms más.
Así fue. No veíamos civilización, seguíamos sin parar. La bajada era muy técnica y a mí me estaba haciendo demasiado daño. Pero no bajé el ritmo ni un momento. Vi a súper Paco. Lo pillamos de nuevo y de nuevo lo perdimos. Y continuamos. Y mientras maldecíamos al que hubiera señalizado el camino, llegamos al asfalto. Lo habíamos logrado. Un policía nos dice que apenas queda un kilómetro.
No puedo describiros lo que sentí en aquel momento. Paqui se creció y comenzó a correr rapidísimo. Yo quise hacer lo mismo y de repente mi rodilla me hizo parar. Los calambres se extendían desde el pié hasta el muslo y el dolor era insoportable. La salida al asfalto me rompió. Comencé a cojear y recuerdo gemir con cada zancada. Pero a pesar de todo estaba feliz.
3.50 PM
…….Y de repente se alejó sin que pudiera alcanzarla. Y entonces los ví, los sentí, y el dolor perdió importancia. La emoción me invadió provocando en mis ojos las lágrimas. Y todo terminó……
Sin darme cuenta estaba entre los brazos de mis queridos Arapajoes. Primero Paqui, mi compañera, mi amiga y en ésto mi alma gemela. Curri, que no dejaba de decirme «qué cojones, qué cojones». Mi hermano; qué bien me hizo aquel abrazo y su felicitación por lo que había logrado. Moi, que me consolaba diciendo que ya todo había terminado. Juanjo, que campeón, vaya carrera se zampó con tan pocas salidas en montaña. Quiros, confirmándome lo duro que había sido y lo orgulloso que estaba de nosotras. Y por último Pequi, que no dejó de grabar ni un momento y me ha dejado semejante documento de recuerdo.
Gracias. Ellos son mi familia en la montaña. Todos tan diferentes y a todos los quiero tanto….No imagináis cuanto me estáis regalando. Yo que pensé que me iban a regañar por haber entrado en meta después que Súper Paco, me encontré con la sorpresa de que tan sólo comentaban lo duro que había sido el trazado. Que ellos también sufrieron. Que incluso la mim les pareció más suave que ésto. Y que dudaron mucho de que llegáramos a tiempo. Por lo tanto se sorprendieron. Entonces empecé a ser consciente de lo que habíamos conseguido realmente. Y me sentí orgullosa.
Comimos arroz, nos bebimos alguna cerveza, disfrutamos el momento y volvimos a casa. Muchas risas a la vuelta. Juanjo tuvo fuerzas para conducir después del gran esfuerzo. Paramos a tomar café y recuerdo la salida de la furgoneta de cada uno de nosotros entre gritos de «ay» uy» «uff»…y subimos a la cafetería por la rampa de acceso a minusválidos de forma similar a las muñecas de famosa que se dirigen al portal…. Paqui me dijo…»venga Ñusi, podemos llegar a la barra» jajaja….Era para vernos. Y se acabó.
Entré por la puerta de mi casa y fui recibida entre gritos como una auténtica campeona. Como siempre sin Charlie esto no hubiera sido posible. Y sin la fuerza que me dan mis hijas menos aún. Son mi motor y con ellos a mi lado soy capaz de conseguir cualquier cosa que me proponga.
Sin los Arapajoes y la confianza que han depositado en mí desde que conocieron mi intención de hacer Jarapalos, tampoco lo hubiera logrado. Llegué tras las vacaciones corriendo a un ritmo que desesperaba a cualquiera y ellos han tenido mucha paciencia. Han esperado, me han apretado y me han devuelto la seguridad que me faltaba. En esto ha de tener mención especial mi querido amigo Quirós y él sabe muy bien por qué. Gracias.
Gracias Paqui por haberte quedado junto a mí habiendo podido apretar más. Por transmitirme tu ilusión, tu fuerza y no dejar que me venga abajo jamás. Gracias Moi por la lluvia de estrellas que nos regalaste mientras nos abrazábamos en meta. Fue todo un detalle para las Maripuris.
Gracias a Luis Angel, por sus palabras de ánimo al verme llegar. A Pablo y a Roberto por su compañía y por los buenos momentos.
Gracias también a la organización de esta carrera por cuidarnos, animarnos y regalarnos tantos kilómetros recorriendo lugares de increíble belleza.
Y por último, en esta ocasión, voy a tener la soberbia de dedicarme unas palabras a mí misma. Ja! Pues sí, porque he pasado en unos meses de estar flojísima y no ser capaz de correr 10 kilómetros a gusto, a terminar la Maratón Alpina de Jarapalos. Porque me lo he trabajado. Me he sacrificado y he confiado en que podía hacerlo. Porque dicen que no hay nada mejor que quererse a uno mismo para pisar fuerte. Y yo hoy, mientras termino mi crónica, me siento orgullosa de mis piernas y de a dónde me llevan. De mi cabeza y de su afán por no desviarme nunca de mi objetivo. Porque al final he cruzado la Meta.
Y NO ME RESULTÓ NADA FÁCIL EL CAMINO