El Cabo me tiene atado, no puedo negarlo. Desde que lo conocí, allá en los noventa, sólo ha hecho que atraerme más y más con su peculiar belleza hasta atraparme en una relación que me obliga a pasar por sus playas y arenas todos los años.
Me gusta todo: me gusta el viaje, largo y luminoso, me gusta rondarlo, me gusta llegar y me gusta quedarme: nadándolo, andándolo o simplemente mirándolo sin cansarme.
De la atracción fatal, El Cabo pasó a ser una obsesión de otro tipo tras la lectura de imprescindible Campos de Níjar de Juan Goytosolo. Me obsesionó por su crudeza, por la descripción terrorífica de una tierra sin futuro llena de gente atada a ella sin casi poder salir, explotada y arrinconada por un clima y una serie de decisiones no tomadas o por tomar en un terrible simil de la España de entonces y, ¡ay!, incluso de la de ahora.
El periplo del autor en este viaje lleno de vueltas y más vueltas por estos campos de Níjar me fijó en la mente el imitar su viaje en todo o en parte, obsesión que sigue bullendo en mi enferma cabeza y para la que este Trail me pareció una píldora adormecedora, un sustituto que me calmase el pensar en cómo pagarme esa deuda que tengo con el cruel libro que me tortura.
Si la descripción de Goytosolo es un altavoz de la sufrida vida en una tierra abandonada y sin agua donde sólo crecieron durante años las promesas incumplidas, mi paso por ella en este periplo de pago deudor, no podía ser feliz.
Venía ansiado al Trail de Cabo de Gata, por El Cabo que me ata, por llevar tres semanas sin volumen suficiente de entrenos en las piernas y por ser la primera cita de un marzo que se suponía retador y matador. Y así, con el ansia del querer no defraudar a mi libro y a mí mismo, apreté más allá de lo que pude en ese primer repecho para romperme lo que sea que me haya roto en el gemelo izquierdo y acabar como he acabado.
Pero dentro de lo malo, siempre hay algo bueno: con apenas desgaste físico por el trantán cochinero al que he hecho toda la carrerra, supongo que no peligra el resto de pruebas de marzo (‘¡ojalá!) y haber acabado tan mal y con tanto sufrimiento, me supone la perfecta excusa para volver el año que viene.
Mis disculpas al Cabo por no estar a su altura. Volveré a desquitarme.